sábado, 13 de febrero de 2010

CAFÉ A LA ITALIANA II

(en versión masculina)


Descendí de mi viejo automóvil

abstraído a causa de tanto trabajo.

Entré al bar "Campeador ".

Busqué un sitio,

Me deslumbré al verte,

fui a tu mesa

con la inocencia pura de un niño,

te solicite permiso para sentarme junto a ti.

Tu belleza cautivadora,

tus ojos almendrados dulce niña.

Mudó ante ti, solo te observaba diosa.

Me robaste un beso,

dulce ladrona de mi corazón

que padece y carece de amor.

Mis labios guardan tu fogoso arrebato.

Tu aroma a Givenchy persiste muy hondo.

Amor te sigo esperando,

Te cubriré con mi cadenciosa sintonía,

flores silvestres saldrán a tu encuentro,

intrépida ladrona de besos e ilusiones.


© Raquel Luisa
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Café a la italiana II//versión curiosa de mesa de al lado.



Como todas las tardes tomaba un café

con crema y sin azúcar, como una lady.

El campeador era el bar conocido,

gente honesta, miradas iguales,

lugar ideal para una dama como yo.

Abstraída percibí la llegada de él,

tomó asiento cerca mío,

porte elegante, mirada cordial.

Ella llegó, bonita y desconocida

jamás la había visto.

Se paró frente a él y algo le dijo

que no logré escuchar.

Su actuar no era de conocidos,

más bien, era inmoral.

¡Valgame el cielo!¡ conducta falaz!

le robó un beso, así nada más.

La pobre muchacha -más bien, nada

pobre- atrevida casquivana

inmoral comehombres.

Luego huyó, dejándolo solo.

¡Dios mío! ¡qué mundo! no

quepo en mi asombro.



Lili (la curiosa)

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Versión de la señora de la limpieza

Allí estaba, como cada día,
haciéndose la gran dama ofendida,
y revolviendo el café con la cucharita
como si fuera toda una marquesa.
Una mujer que vivía de sueños,
que ni siquiera tenía bien cogido
el bajo de la falda, y los botones
amenazaban con caerse al punto.
Bien imagino cómo tendría su casa:
no quisera ver los altillos de la cocina
ni el armario de la ropa blanca.
Como cada día, desparramó el azúcar
-luego me culparán a mí si hubiera hormigas-
mientras ponía su cara ensoñadora.
Entró un hombre, bien limpio y atendido,
sin duda tenía una mujer que le cuidaba,
camisa bien planchada y los zapatos
recién limpios y sacado el brillo.
Le miró ella con coquetería.
A él le dio un ataque de lujuria
y fue corriendo a sentarse a su mesa.
El desgraciado tiró una papelera
de tanto que corrió para sentase:
le hubiera degollado en ese instante.
Estuvieron haciéndose arrumacos
-si su mujer le viera, yo pensaba,
le daba con la plancha en la cabeza.
Ganas me dieron de darle un escobazo
y a ella de decirle cuatro cosas.
Mas, ¡allá ellos! Yo soy una empleada,
bastante tengo ya con mi jornada
como para meterme a redentora ajena.
Al fin va y se besan: ¿serán lerdos?
Y luego huyen corriendo: ¿no te digo?
Qué loca está le gente, más valiera,
que trabajaran algo y se centraran
¡Y no tiraran más la papelera!

Blanca Barojiana

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